Y tú, que te perdías en las nubes cuando simplemente no querías estar tocando tierra, allá... bien allá. Te sentabas en la nada, y divisabas todas las hormigas que habían a tus Pies, pero en ese antaño no te creías Dios, sólo sonreias y volteabas en todas direcciones a ver si en algún momento aparecería otro ser que te acompañara a observar.
El tiempo pasó, el sol se escondió, y los vientos se hicieron más fuertes. Querías bajar, pero no pudiste, entonces decidiste gritar. Pero nadie logró escucharte, llegaste a perder la voz, y momentáneamente no la recuperaste, supusiste que pasada dicha noche volverías a ser el mismo de antes, abriste la boca para articular melodías, pero sólo movías tus músculos, y todo volvió a ser silencio. Te negaste a ver a las hormigas de abajo como lo hacías el día anterior, en realidad te negaste a ver. Ensimismado en tu soledad, te acurrucaste en las nubes, en una bien confortable para tu permanencia eterna. Parecías haber perecido, eras un niñato con párpados cerrados y pelo al viento.
No pudiste percatarte que a las horas después de haber iniciado tu sueño, subió alguien más. Temerosa, se dedicó a contemplarte desde nubes aledañas, tenía un gigantesco cuestionamiento interno de ir allá, y preguntarte si te encontrabas bien, pero temía a la muerte, temía a los cuerpos inertes y sin la capacidad de emitir sonidos.
Un día el sol ya no alumbró más tu hogar, siempre era oscuro pero en una de las tantas noche escalofriantes, y fúnebres decidiste abrir los ojos. Extrañado de tanta oscuridad desde donde te encontrabas, miraste hacia el otro lado a ver si eso cambiaba y en una fracción de segundo te encegueciste por el brillo de una estrella medianamente lejana. Lo curioso no había cambiado en tí, fuiste de nube en nube saltando, y te sorprendió ver que quien desprendía destellos fuertes era el cuerpo de la pálida chica, la única estrella que quedaba, que quizás si no te hubieses cegado tanto en algo tan pequeño, hubieras podido disfrutar de algo mucho más grande.
AAAH!
El tiempo pasó, el sol se escondió, y los vientos se hicieron más fuertes. Querías bajar, pero no pudiste, entonces decidiste gritar. Pero nadie logró escucharte, llegaste a perder la voz, y momentáneamente no la recuperaste, supusiste que pasada dicha noche volverías a ser el mismo de antes, abriste la boca para articular melodías, pero sólo movías tus músculos, y todo volvió a ser silencio. Te negaste a ver a las hormigas de abajo como lo hacías el día anterior, en realidad te negaste a ver. Ensimismado en tu soledad, te acurrucaste en las nubes, en una bien confortable para tu permanencia eterna. Parecías haber perecido, eras un niñato con párpados cerrados y pelo al viento.
No pudiste percatarte que a las horas después de haber iniciado tu sueño, subió alguien más. Temerosa, se dedicó a contemplarte desde nubes aledañas, tenía un gigantesco cuestionamiento interno de ir allá, y preguntarte si te encontrabas bien, pero temía a la muerte, temía a los cuerpos inertes y sin la capacidad de emitir sonidos.
Un día el sol ya no alumbró más tu hogar, siempre era oscuro pero en una de las tantas noche escalofriantes, y fúnebres decidiste abrir los ojos. Extrañado de tanta oscuridad desde donde te encontrabas, miraste hacia el otro lado a ver si eso cambiaba y en una fracción de segundo te encegueciste por el brillo de una estrella medianamente lejana. Lo curioso no había cambiado en tí, fuiste de nube en nube saltando, y te sorprendió ver que quien desprendía destellos fuertes era el cuerpo de la pálida chica, la única estrella que quedaba, que quizás si no te hubieses cegado tanto en algo tan pequeño, hubieras podido disfrutar de algo mucho más grande.
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